Illustration: PascAlejandro
En la sala de espera, sin nombre ni cara,
libre de los pasos violentos que destrozan el camino,
de la memoria que devora al alma,
cadáver vacío de esperanza,
ilusiones convertidas en humildes piedras,
el corazón latiendo para siempre en el mismo punto,
yo había atravesado la vida como un balazo durante cuarenta y tres años,
hasta que naciste tú.
Saltamos las barreras del tiempo,
nuestras almas milenarias pudieron encontrarse.
Tú sabías que algún día tendrías que asistir a mi muerte,
dejarme disolver en tu memoria.
Yo sabía que debería impedir tu suicidio,
convencerte de que continuaría invisible junto a ti.
El presente se convirtió en joya,
a la que transformamos en esfera
danzando con los astros alrededor del centro divino.
Con euforia mezclada de tenebrosa angustia,
vimos la eternidad en cada segundo,
el infinito acurrucado
como un gato junto a nuestros pies.
Aprendimos a latir al mismo ritmo,
conversamos sin cesar con las bocas pegadas,
le dimos a nuestros futuros cadáveres
el orgasmo que los vestía de ángeles,
los ruidos invasores se convirtieron en música,
y la manzana que ambos mordimos
adquirió el sabor del elíxir de la vida sin fin.
¡Que más se puede pedir!
Aquí vamos felices hacia el exterminio,
como el sol y sus planetas,
como las miríadas de universos.
Exterminio que es pantano
dando origen a la sublime flor de la conciencia,
cuyo aroma es el amor.
Alejandro Jodorowsky
