La Papisa Juana VIII
Historia de La Papisa Juana VIII la única mujer que gobernó la Iglesia
Vientre sin fin
En este libro que respira como un recién nacido, vientre sin fin donde surgen los abecedarios en negros enjambres que dispersa el viento, soy la pura substancia de todo lo que existe, luminosa corona de la sombra, raíz que se nutre del vacío, conocimiento inmóvil y final.
Cada centímetro de mi carne es este libro santo que contiene el secreto de mis cambios infinitos, óvulo donde murmura el eco del ancestral grito, vertiente inagotable de las infinitas memorias, raíz de aquello que sustenta el espejismo del saber.
No sé nada, no puedo nada
No soy nada. ¿Quién vive en mí su no soy yo? Largos son los días que no tienen más substancia que la devoción. Mi fe se resume en el conocimiento de la ausencia de mí misma. Donde los rostros se esfuman y todas las manos tactan la misma piedra, mientras de las bocas se derraman palabras como pájaros sedientos, me han dado la tarea de recolectar el canto que encierra cada pan.
La espada que me hiere es aquella que me cura. En mi corazón queda sólo el perfume de la luz.
Montaña solicitada por amaneceres
Y ocasos, brotando serena de la niebla, el poder de la fe me pertenece. Punto donde se acumulan las mil causas de cada imaginable acción, el poder de la atención me pertenece.
Ojo naciente viendo los destinos que se cruzan en la maraña del azar, el poder del asombro me pertenece y también me pertenece el poder de establecer un puente sobre el abismo que separa a los opuestos, aquello que no es un polo ni el otro ni los dos, campana sorda a su propio tañer, sombra que no conoce la luz que la origina, cruz donde se hunde lo invisible, velo de carne sobre un vacío sin sueños, hija–esposa convertida en cripta verde, presa reservada para el Supremo Cazador.
En mi vulva inmaculada la sombra de su gélido miembro me ofrenda el placer sublime que todo lo aniquila, carne muerta donde las palabras son como fuego, como martillos que golpean un panal pleno de miel, como heridas que en vez de sangre dan espigas, como lechos donde canta el espectro de una novia, como ojos ciegos donde el secreto se deja ver.
No elijo: me eligen
No hablo: a través de mí aquello habla. No amo: por mi corazón se derrama la caricia intangible. No dicto la ley: navego en la amarilla locura del presente. Más allá del tiempo y del espacio yace mi conciencia: lo invisible de la escritura contiene a lo visible de mi carne.
El alma adquiere forma
Cuando el saber se hace ignorancia. Hay un cuerpo más allá del cuerpo donde mora el verdadero yo. Gesto la piedra milagrosa sobre un fuego que no quema, haciendo volver al centro a cualquier descarriada seducción. Secreto abierto, luz para los ciegos, memoria que progresa hacia el olvido, si soy nueve puertas, te abriré aquella donde llames con la calma de un muerto que entra en su ataúd.
Gusano blanco donde se gesta la mariposa del alba
¿Cómo podría obtener el conocimiento de mí misma sin haber contemplado el rostro del impensable Dios? Gusano blanco donde se gesta la mariposa del alba, polvo que cae de la memoria vuelta águila de piedra, vaso pleno de perlas mudas y cristales de espejismos, soplo en las raíces de un querube prendido en la tierra, lengua cubierta de palabras donde florece la gangrena, ¿quién soy? ¿qué es mi vida? ¿cuáles son mis obras? ¿Por qué bajo la sombra de mi manto de mármol los vicios prosperan?¿Por qué mi carne pudorosa cae embriagada en la dependencia del ave que se exhibe? ¿Por qué los potros invaden mi templo con sus encantos lascivos? ¿Por qué la codicia me encadena a una ciega adoración por la materia? ¿Por qué de mi corazón, ala marchita, se derrama la fe hacia el abismo?
En el santuario desierto
No hay un momento en que no me tiente despreciar los preceptos, arrojar de mi boca por amarga toda palabra sagrada, ultrajar al ingenuo que aspira a una carta transparente, eludir la verdad para gozar la miel de la mentira, aconsejar el mal para vencer la rectitud del camino, salir de mi retiro para mancillar mi himen en el mundo.
Sin embargo, constante, en el santuario desierto, asciendo de las entrañas de la tierra. Comprendiendo la riqueza de las ruinas entre los escombros acaricio a las piedras.
No se trata de decir sino de abrir los ojos para ver cada vez más lejos, cada vez más alto.
Como zángano que danza ebrio ante la abeja reina, como herida infiel atravesada por un puñal de monje, como momia en cuya frente cae una gota de agua, como arco iris que se hunde en un cráneo de oro, te exalto y te bendigo:
¡Tú creaste la curación antes de la herida, quebraste los colmillos de la bestia, eliminaste los cerrojos de mi puerta, expulsaste al juez de mi mansión interna, me enseñaste a comer el fruto de mis obras, me puriicaste en tu hoguera sin quemarme!
Alejandro Jodorowsky
Arcano II La Papis