Caballero de fuego
No me muevo de mi sitio, hundo en el planeta mis garras de águila y viajo con el tiempo sin salirme del instante. Flecha que soy yo mismo pero que atraviesa mi propio corazón, y esa herida profunda me transforma y por primera vez me muestra el tejido infinito de preguntas que es el cuerpo nebuloso de todas las formas. Para el despierto el sufrimiento se convierte en bendición.
Luz sin límites
Por la obscuridad radiante de la luz sin límites, estertor en espiral he vencido a la sombra, reducido a polvo el rebaño de ilusiones, disuelto las jaibas ocultas en mis huesos, unido el sueño a la vigilia, limado la separación. Un invicto enjambre de heroicas mariposas nace de mis células cambiadas en crisálidas. Ni los espejos, ni el pan que cae de los muertos, ni la mujer que aborta fetos como proyectiles logran aterrarme: pueden morir todos los soles, en el hocico de la araña yo sigo relumbrando.
Infortunio vuelto diamante
Red cazadora del aire, torrente de médula brotando en cada abismo, doy el grito milenario de la bestia agazapada en mi osamenta desde el primer alba del mundo. Incólume entre la roca abrupta y el río sin riberas, danza de menhires y fantasmas donde o innegable gobierna a la piedra que obediente se hace cáliz para recibir al universo transformado en hostia, centro de la esfera creciente que sin in invade la oculta dimensión de la no vida y la no muerte.
Hacia delante atravesando el tejido de confines hasta llegar a la meta que es antifaz del comienzo, o hacia atrás, de vacío en vacío, de niebla en niebla, y al mismo tiempo, impenitente, hacia los costados, donde braman sementales, olas de aceite pavoroso, rosas de carne, yeguas verdes agitando el vientre, y al mismo tiempo hacia arriba profanando estrellas, cristal en llamas, cometas que cantan como cisnes, para llegar al punto que da sentido a la pirámide, y más lejos aún por sobre mi aliento y mi sombra hasta disolverme en la enloquecedora ausencia, madre del primer grito que todo lo sustenta.
¡Triunfo de la unidad en el despedazamiento del Verbo, triunfo del infinito en la cremación del último horizonte, triunfo de la eternidad en los dioses que en mi corazón se esfuman!
Cruzo la noche de la duda
Sobre el averno de mí mismo, corto el nudo de los enigmas, hundo ciudades de barro, sobrepaso la angustia de ser, desprecio las apariencias, libero el sentir de la razón, destruyo lo que se me opone, soy quien soy: quiero vivir tanto como vive el universo, disolverme en el demonio sobre quien el Creador cabalga.
No repto por la tierra
Veo desde lo alto. En mis manos tengo la realización de la mente para hacerla ascender hacia la fontana del amor y la ignorancia donde un ángel sin faz la crucifica en el obscuro seno de la Diosa. ¡Desde siempre el reino de los cielos pertenece a los violentos!
Hablo de una violencia que engendra desconocidos senderos, hablo de la sangre que acompaña la nacencia de los hombres, hablo de los astros que sin cesar estallan en la bóveda celeste, hablo de los frutos que se parten desparramando semillas, hablo del resuello agónico que anuncia el orgasmo, hablo de la guerra contra sí mismo que el iluminado emprende.
Basta ya de obedecer
No persigas una meta que te huye tratando de llenar un cosmos que no tiene fondo: el reino que debes alcanzar está muy lejos de este mundo. ¡Atraviesa el lodo y la grasura, las conciencias miserables, lleva fuera del templo la luz que has visto en el templo!
Alejandro Jodorowsky
Arcano VII El Carro